“Cualquiera que mire a una mujer con lujuria ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Para la mayoría de los hombres, esta declaración de Jesús parece poco realista. Mirar con lujuria es una parte tan grande de sus vidas que, de lo contrario, parece imposible.
Inclúyeme entre aquellos que han quedado perplejos por lo que Cristo dijo. Sin embargo, eso ha cambiado. Ahora sé que es posible evitar el adulterio en el corazón.
Esto funciona de la siguiente manera: Cada vez que veo a una mujer, o una imagen de una mujer, que podría provocar una reacción lujuriosa dentro de mí, de inmediato evito que esto suceda. Es decir, retrocedo internamente para evitar que mis deseos y pensamientos generen lujuria en mi corazón. Esto puede incluir una variedad de métodos, ya sea desviando mi mirada, re-dirigiendo mis pensamientos, cambiando el canal o volteando la página, pero la acción es siempre la misma. Retrocedo de pecar en mi corazón.
La mayoría de los hombres Cristianos aparentan no estar tomando estas medidas. en lugar de obedecer a Jesús, ellos escuchan lo que Él dijo y hacen lo opuesto. He aquí cinco razones de esta desobediencia.
1) Mala compresión acerca de la naturaleza de la lujuria
La manera en que la lujuria funciona a menudo es malentendida. La lujuria se describe comúnmente como lo mismo que el deseo sexual fuerte. Sin embargo, esta descripción de la lujuria deja fuera el hecho clave de que el objeto de este deseo está prohibido para nosotros. El deseo sexual fuerte para el cónyuge no es lo mismo que la lujuria para otra persona. De hecho, la lujuria es más que un mero deseo porque tiene dentro de sí un elemento de realización. Es como beber de una taza, no solamente estar sediento. He aquí una mejor definición: “La lujuria es obtener gratificación sexual o una emoción sexual por cualquier persona o cosa, que no sea tu esposa.”
(Nota: Lee aquí si deseas comprender mejor la lujuria)
Esta definición traza la línea en la etapa más temprana de excitación sexual, exactamente donde Jesús enfatizó. Reconoce que cuando tenemos lujuria, no somos participantes pasivos, más bien nos involucramos activamente cuando fijamos nuestra atención en una mujer, una imagen o un fantasía.
Desafortunadamente, incluso en la Iglesia, muchos asumen que la emoción sexual no es lujuria y solo es una reacción inevitable a la tentación. Como resultado, consumen todas las tentaciones disponibles al igual que el resto de las personas y la tratan como una fuente de placer sin riesgos, inofensiva y divertida. Esto pasa por alto el papel fundamental que desempeña la mirada lujuriosa como la etapa más temprana y más crítica de la lujuria. Nuestras mentes son capaces de generar imágenes y fantasías poderosas. Mirar lujuriosamente, incluso brevemente, desarrolla esta habilidad de una manera que es inaceptable y pecaminosa. No se detiene allí.
Una vez que hemos comenzado, la semilla se siembra para una cosecha continua de “fracaso” de tal forma que no puede ignorarse tan fácilmente. Esperar hasta una etapa posterior antes de que le llamemos pecado significa que nos estamos perdiendo lo obvio. Ya que desde el principio trajimos la lujuria a nuestras vidas como una mascota juguetona, no debemos sorprendernos cuando se convierta en un animal feroz. En lugar de quedar desconcertados por nuestra condición, debemos prestar atención a las palabras de nuestro Maestro, alinear nuestros pasos, y ser conscientes de que la mirada lujuriosa es el punto en el que comenzamos a pecar.
Tener conciencia de cuándo estamos involucrados en la lujuria es central a cualquier plan que tengamos para obtener la victoria. La única respuesta efectiva a esto, así como a todo pecado es arrepentirse inmediatamente, confesar y recibir el perdón sin dejar que se arraigue en nosotros.
2) Rehusarse a creer que la obediencia a Dios es posible
Trágicamente, la mayoría de los hombres se resignan a la falsa idea de que están “programados” para la lujuria. Esto les lleva a la conclusión de que el estándar establecido por Jesús no es natural y que va contrario a la forma en que estamos diseñados. Sin embargo, dado que rutinariamente evitamos la emoción sexual por un miembro de la familia, como una hermana o hija, sabemos que no reacciones automáticamente en lo que respecta a la lujuria. De hecho, una simple prueba de obedecer los mandamientos de nuestro Salvador en cuanto a la mirada lujuriosa revelará rápidamente que podemos aplicar el mismo tipo de disciplina cada vez que enfrentamos la tentación de la lujuria. Con algo de práctica, cada uno de nosotros puede aprender rápidamente a separar los estímulos visuales o mentales de los sentimientos de gratificación sexual.
No pasa mucho tiempo hasta que nos volvemos agudamente conscientes y angustiados cada vez que la “forma” en que miramos ha cruzado la línea. Estar “en Cristo” significa que estamos muertos al pecado. Detener la codicia lujuriosa en nosotros mismos es una gran manera de demostrar esta verdad para nosotros mismos y aprender que ya hemos sido equipados para evitar el pecado si eso es lo que elegimos hacer. Si has estado en una larga lucha contra la lujuria, la sugerencia de eliminar miradas lujuriosas puede parecer simplista e inadecuada a pesar de que nuestro Salvador lo ordena. Sin embargo, rechazar una costumbre que pudimos haber practicado desde la niñez al llevar nuestros ojos a la obediencia a Él es una solución sorprendentemente efectiva.
Una razón por la que algunos Cristianos rechazan este enfoque es que ven la pureza sexual como algo que Dios, no ellos mismos, debe establecer. Si bien no aprobarían otros pecados, como robar, de alguna manera se han convencido de que la lujuria es diferente.
Desafortunadamente, la victoria sobre el pecado no es automática. Más bien, como con otros pecados, este arbusto espinoso debe ser completamente desarraigado. De lo contrario, se enredará y nos impedirá ser fructíferos. Lejos de hacernos orgullosos, tener éxito en esto debe hacernos decir: “somos siervos indignos, ya que solo hemos cumplido con nuestro deber” (Lucas 17:10).
Obedecer la ley de Dios en este sentido nos fortalece, ya que significa que estamos actuando de la manera en que fuimos diseñados. Nuestra vida Cristiana debe ser una de explorar nuevas y emocionantes posibilidades y de utilizar a plenitud todas nuestras capacidades mientras caminamos “en Él”. No podemos florecer en esta nueva vida si persistimos en el pecado de la lujuria, ya que ocuparía implacablemente nuestros pensamientos si se le da una oportunidad.
3) Pensar que existe una mejor forma
Al enfocarse completamente en la mirada lujuriosa, Jesús no ignoró todas las otras conductas lujuriosas en las cuales los hombres participan regularmente. En cambio, su enseñanza nos dirige a donde se gana la batalla. Desafortunadamente, en lugar de elegir cerrar permanentemente la puerta del establo como Él enseñó, muchos de nosotros optamos por perseguir afanosamente y acorralar caballos desbocados a diario. Tanto el mundo como la Iglesia sugieren que, por pura determinación, podemos apagar los hábitos dañinos, como ver pornografía, incursionar en Internet y la masturbación.
Con este fin, comúnmente recomiendan la ayuda de consejeros y grupos de apoyo y diversos regímenes y técnicas, como la instalación de filtros de Internet o evitar películas con clasificación R para este propósito. Lamentablemente, estos enfoques no abordan directamente el problema real. Dado que es la mirada lujuriosa la que crea nuestros antojos irresistibles y continuos por más, esforzarse por cambiar otros comportamientos en su lugar es tan ineficaz como cortar el césped para deshacerse de las malas hierbas.
Llegar a la raíz del problema requiere hacer un pacto con nuestros ojos para no “mirar con lujuria” como describió Job (Job 31: 1).
Si eliminamos el combustible, el fuego morirá. Aquellos que fallan en controlar un comportamiento “adictivo” deberían hacer de este su primer paso. Una vez que se ha liberado la lujuria, es imposible luchar contra sus demandas mediante nuestra débil fuerza de voluntad. Es por eso que no debemos tomar prestado del manual de jugadas del mundo, que asume que los hombres pueden restringir su comportamiento hasta cierto punto sin eliminar por completo la lujuria. Este enfoque se combina con la sorpresa de aquellos que se derrumban por el acantilado. Todos somos dolorosamente conscientes de los muchos que han naufragado sus vidas porque no podían mantener reglas de conducta.
El problema se ha vuelto especialmente pronunciado a medida que la moral de nuestra cultura se ha ido reduciendo continuamente. Pocas actividades sexuales son tabú y casi todo vale si se siente bien, especialmente si es ficticio. En este entorno, establecer una zona de confort con algo de lujuria pero no demasiada es problemático. Los Cristianos son propensos a adoptar un enfoque más religioso. Creen que pueden controlar la lujuria dependiendo de la actividad religiosa. A través del aumento de la oración, la lectura de la Biblia, el ayuno, la asistencia a la Iglesia y la rendición de cuentas mutua, esperan abrumar al pecado que se desarrolla en sus corazones.
Ciertamente, hay mucho que ganar con todas estas prácticas, pero no pueden reemplazar la clara directiva de nuestro Salvador de eliminar la lujuria. De hecho, mantener las apariencias externas sin tolerancia cero en nuestros corazones resulta en hipocresía y debilidad cuando somos tentados. Por supuesto, cualquiera que camine en victoria hará todo lo posible para evitar la tentación. Somos la luz del mundo. La oscuridad no tiene poder a menos que creemos un lugar para ella en nuestros corazones y mentes.
No debemos ceder a la lujuria sin importar nuestros niveles de estrés, nuestro estado de ánimo espiritual, el estado de nuestras relaciones o las tentaciones que enfrentamos. Jesús entregó su estándar claro como parte de Su Sermón del Monte. Este gran mensaje y modelo de cómo debemos vivir, termina con la impactante parábola del hombre que construyó su casa sobre la arena, y una advertencia. Si escuchamos Sus enseñanzas y no las obedecemos, nos derrumbaremos cuando las tormentas de la vida nos envuelvan. Por otro lado, si Le amamos, obedeceremos Su llamado claro para la justicia interior, construiremos sobre una base estable y estaremos seguros en el tiempo de peligro.
4) No reconocer el peligro y horror de la lujuria
Quizás no estés convencido. Al igual que muchos hombres, puedes pensar que un poco de lujuria es inevitable, al mismo tiempo que estás muy consciente de a dónde demasiada lujuria puede llevarte. Las tristes historias de hogares rotos, así como carreras y vidas destrozadas son tristemente familiares. La lujuria puede ser una bola de demolición en la vida de un hombre, causando una devastación total.
Sin embargo, ninguno de nosotros espera que esto nos suceda y generalmente no es así. En cambio, la norma es incorporar la lujuria en nuestras vidas a un nivel “seguro”. Mantenemos esto cuidadosamente escondido y nos volvemos rápidamente cuando parece que se sale de control. En lugar de una enfermedad mortal, se asemeja más a una fiebre leve o una enfermedad crónica. Sin embargo, nutrir la lujuria a este nivel seguirá causando un daño significativo. En primer lugar, la impureza sexual inevitablemente inyecta duplicidad en nuestras vidas.
Jesús deploró la hipocresía más que cualquier pecado subyacente. Si somos Cristianos que albergamos fantasías sexuales, somos hipócritas, hombres inestables y de doble ánimo. Se dice que la mayoría de los hombres piensan en el sexo una vez cada diez minutos. Si hemos permitido que la lujuria tenga un punto de apoyo, podemos identificarnos fácilmente con esta estadística. Incluso mientras profesamos nuestra fe y actuamos limpios por fuera, en realidad somos “copas sucias” por dentro. Jesús ve dentro del corazón y conoce nuestros pensamientos. Él exige que mantengamos una pureza interna que nos deje sin miedo a que nadie lea nuestros pensamientos.
Una consecuencia aún más grave, sin embargo, es que nuestra elección de la lujuria significa romper el mayor de los mandamientos. Se nos dice que amemos a Dios con todo nuestro corazón, nuestra mente y nuestra fuerza. Ceder a la lujuria secuestra nuestros pensamientos y energías creativas y desagrada a nuestro Padre, quien exige la atención que gastamos mientras perseguimos los deseos pecaminosos. ¿Es de extrañar que nuestro caminar con Dios sea incómodo y nuestras vidas espirituales atrofiadas?
Nuestra poderosa imaginación y nuestra intrincada vida mental fueron diseñadas para el reino de Dios. Ellas tienen una parte en su plan. ¿Por qué convertir estas facultades en pecado? Una vez que hagamos lugar a la lujuria en nuestras vidas, afirmará su poder inesperadamente, incluso en aquellos momentos en que deseamos acercarnos a Dios. Saber que podemos vencer pero elegir no hacerlo tiene implicaciones portentosas.
No nos atrevemos a pasar por alto el resto de lo que Jesús enseñó sobre este tema en ( Mateo 5). Su provocativa sugerencia de que nos arranquemos los ojos si nos causan codiciar con lujuria tiene el propósito de alarmarnos y tiene perfecto sentido si, de hecho, nuestros ojos son el problema. Sin embargo, sabemos que nuestros ojos no son el problema. En cambio, es nuestra determinación de emplear nuestros ojos como un medio para la lujuria que es tan grotesco a Su vista y peligroso para nosotros.
Debemos tener en cuenta que la paga del pecado siempre es muerte. Cosecharemos lo que sembramos. Asumir que podemos participar en la lujuria y, sin embargo, escapar de las consecuencias es una tontería. El pecado siempre resulta en la muerte. Nuestra lujuria puede estar matando nuestras relaciones con nuestras esposas u obliterando nuestro testimonio ante aquellos que nos conocen. Ciertamente ahogará nuestra vida de oración y un caminar más cercano con Dios. No deberíamos sorprendernos por los estragos resultantes ni engañarnos a nosotros mismos al pensar que recibir el perdón equivale a la obediencia. Dios no ha suspendido la ley de la cosecha.
El ejemplo más relevante de esta verdad es el Rey David. El pecado de lujuria produjo tragedia en su hogar y en su reino. A pesar de su arrepentimiento y determinación de obtener un “corazón limpio”, las consecuencias de su pecado continuaron. ¿Deberíamos esperar escapar de un destino similar? Alejarnos de nuestro pecado y vivir nuestras vidas en Cristo es lo que repetidamente se nos dice que hagamos. Si no lo hacemos, tenga la seguridad de que nuestro pecado nos encontrará.
5) Carecer de un modelo y enseñanza clara respecto a la pureza sexual
Es reconocido que este enfoque no se enseña comúnmente. Sin embargo, tratar la lujuria de esta manera no es radical ni extraña. Al cuestionar a los hombres que tienen una caminata profunda con Dios revelará que habitualmente retroceden ante la mirada lujuriosa. Típicamente, habrán adoptado este hábito al principio de su caminata cristiana y no están conscientes de cómo esto los diferencia de aquellos que tropiezan a su alrededor. Como resultado, estos mismos hombres no están transmitiendo enseñanzas prácticas sobre la lujuria y los medios para superarla, como enseñó Jesús, causando que muchos anden desconcertados innecesariamente.
Aunque presté más que la atención promedio a este tema durante cincuenta años como un Cristiano activo, todavía fallaba al no aprender estas verdades. Mi ignorancia pasada me hace simpatizar con aquellos que están confundidos y frustrados por cómo su fe parece impotente para ayudarles a vencer la lujuria. Quizás aquellos que han quedado atrapados y luego han escapado están mejor equipados para ayudar a otros. Esto es lo que David quería hacer. Después de que el profeta Natán lo confrontara por su pecado, clamó por un corazón limpio y esperaba que en algún momento, él podría enseñar a los “transgresores sus caminos” para que “los pecadores se vuelvan a ti” (Sal 51:13).
Aquellos que discipulan a otros después de obtener la victoria pueden demostrar que la lujuria no es una fuerza invencible, sino más bien, solo uno de los muchos pecados de los cuales podemos ser liberados. Para ayudar a otros, es esencial que modelemos el éxito y la transparencia al tiempo que dependemos de recursos que adopten un enfoque sin concesiones. Estar unidos con Pablo como quienes hemos sido liberados de hacer lo que odiamos puede abrirle la puerta a otros. El mensaje bíblico completo relacionado con el pecado sexual es un llamado a la pureza intransigente y la rectitud interior, cualidades que la iglesia evangélica ha tenido en escasez.
Como las enseñanzas de Jesús y los apóstoles enfatizaron, hay una tentación constante a tornarse al legalismo, que sustituye la obediencia por las reglas externas y forma una capa para un corazón injusto. Observar un conjunto de reglas resbaladizas hechas por el hombre no puede eliminar la mirada lujuriosa. La rectitud solo puede establecerse a un nivel mucho más profundo en el que nos negamos a engañarnos a nosotros mismos, y optamos por apartarnos de nuestros caminos y pensamientos perversos. Solo entonces las meditaciones de nuestros corazones serán aceptables para Él.
Ciertamente, demostrar el poder sobre el pecado logra mucho más que regañar o culpar furiosamente a la decadencia de nuestra sociedad. Después de todo, si los Cristianos no pueden resistir la tentación, ¿por qué el mundo no debería seguir supliéndoles? Incluso podemos ayudar a que la marea pútrida se torne a nuestro alrededor una vez que dejemos de consumir la tentación a la vista, resistamos todas las tentaciones sexuales y nos neguemos a nosotros mismos la gratificación ilícita.
Ser obedientes en este sentido no nos condena a una vida de privaciones. Por el contrario, nos libera para caminar y disfrutar de los placeres más profundos que Dios tiene para nosotros. La obediencia también nos abre a más del Sermón del Monte y su reclamo en nuestras vidas. Nuestro mundo, incluyendo aquellos que forman parte de religiones opuestas al Cristianismo, solo notarán la diferencia cuando realmente seamos diferentes en lo más profundo de nuestro ser.
Por Jim Vander Spek
Nota: Este artículo fue publicado en otro lugar y leído por muchos mucho antes de que escribiera el libro, Venciendo la Lujuria, en el que estas ideas son expandidas. Continúa entristeciéndome y molestándome que las cinco razones descritas anteriormente sigan obstaculizando a muchos para entrar en la libertad del pecado.